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Intersección de las TIC y la música en mi vida

La música y la informática se entrelazan de formas misteriosas; una sin la otra no puede existir.

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    Héctor Reyes Manrique

    21 de dic de 2021

  • 3 min de lectura

    #Música#Tecnología

Ninguna relación entre actividades humanas ha determinado nuestra esencia tanto como la que existe entre la ciencia y el arte. Ambas, a través de métodos y expresiones diametralmente opuestos, son instrumentales en el análisis e interpretación de nuestro mundo interior y exterior. Cuando se piensa en figuras como Leonardo da Vinci (sería imperdonable no aludir al célebre pintor e ingeniero italiano en este contexto), el equilibrio armonioso entre los dos extremos se hace más que evidente.

Y, sin embargo, lejos del ideal humanista del Renacimiento, la ciencia y el arte son hoy percibidos por la sociedad como vocaciones incompatibles. Yo mismo fui víctima de esa falsa dicotomía en mi último semestre de bachillerato cuando, a punto de iniciar mis estudios de licenciatura, me atormentaba un dilema que todos pasamos en esos años: ¿a qué me quiero dedicar el resto de mi vida? Aunque tenía talento para las matemáticas, mi mayor pasión siempre había sido la música. Empecé a tocar la guitarra a los diez años; a los trece, escribí mi primera canción; tres años después, me uní a un grupo de rock con el que incluso lancé un sencillo en Spotify. Si todo parecía indicar que seguiría el camino del músico, ¿por qué entonces decidí dedicarme a la informática?

Más allá de la creencia popular de que una de estas profesiones sí paga las cuentas y la otra no, lo cierto es que, de la misma manera en que los superconjuntos de ciencia y arte se intersectan, la ingeniería de software tiene mucho en común con la creación musical. La música, como la informática, es de naturaleza matemática. Elementos básicos como el tempo, la progresión de acordes, la forma y el compás se pueden describir en términos de teoría de conjuntos, álgebra abstracta y teoría de números, por nombrar algunas ramas que también tienen aplicaciones directas en informática. La notación musical, como sistema visual para representar sonidos, no es muy diferente de lenguajes de programación de alto nivel como C, Java o Python. Pero quizá la similitud que más me motivó a dar el salto de una esfera a otra es que tanto la ingeniería de software como la creación de música tienen la producción creativa como proceso fundamental. Así como el compositor, en lo que parece un ciclo interminable, se adentra en las complejidades técnicas de una pieza musical solo para admirar ocasionalmente el panorama general de su creación, el programador hace lo propio cuando desarrolla un sistema de software. A la luz de todos estos pensamientos, la idea poco intuitiva de que el código es un medio de autoexpresión tan válido como las notas musicales ya no parecía tan descabellada.

En retrospectiva, no puedo evitar estar de acuerdo con la hipótesis que me llevó a seguir mi carrera actual: la música y la informática se entrelazan de formas misteriosas; una sin la otra no puede existir.

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